En carencias energéticas y bloqueos causadas por la impaciencia y la turbación ante la enfermedad. Para la falta de aceptación, negación y huida del aprendizaje asociado a desequilibrios. En emociones relacionadas con la aprehensión y la hipocondría. Para la mortificación repetitiva y obsesiva. Para el miedo a perder el control del propio cuerpo y por tanto, útil en procesos degenerativos o largas convalecencias. Para el exceso de preocupación ajena sobre sí mismo. Eficaz cuando hay fuertes impregnaciones psicoenergéticas por transferencia celular (transfusiones, transplantes, etc.).