La relajación coreana es una técnica de relajación ancestral no-meditativa, que genera un inusitado bienestar en el individuo a través de un juego sutil de estiramientos, suaves sacudidas y vibraciones que se propagan por todo el cuerpo. Ante ella el cuerpo se sorprende y se siente invitado a dejarse ir, desconectándose totalmente de la mente. Podríamos decir que es una especie de masaje, pues su práctica requiere de dos personas, el operador y el sujeto.
La relajación coreana es un método ancestral de reconexión con uno mismo que nos permite recuperar la espontaneidad, la sensibilidad y la alegría de vivir. Su práctica nos ayuda a dejar atrás temores, tensiones, hábitos nocivos y la limitada visión de la vida que normalmente acompaña a quienes vivimos sumergidos en las prisas, los objetivos materiales y el consumismo.
Aunque es muy probable que provenga de la tradición milenaria china, está más presente en Corea, especialmente en las zonas rurales. No se trata de una técnica en sí, sino más bien de un arte; su práctica jamás ha sido objeto de ninguna teoría ni ha sido sistematizada por ningún maestro o escuela. Es un conocimiento popular, pariente cercano del shiatsu, que se ha transmitido durante siglos de padres a hijos en algunas regiones del Lejano Oriente. Mediante un protocolo de manipulación muy preciso que hace uso de los diferentes canales energéticos, el terapeuta, al maniobrar sobre las diferentes zonas del cuerpo, deja al descubierto las resistencias y tensiones del paciente, lo cual favorece la reaparición de emociones y sensaciones a veces cristalizadas desde la infancia. Tras ello, las barreras ceden, las energías se liberan y el cuerpo se relaja. Esta profunda relajación nos transporta a un estado de atención silenciosa, de apertura al mundo que nos rodea y de reconexión con nuestro cuerpo. Todo esto convierte a la relajación en un arte de sanación física y mental, así como de autoconocimiento, muy adecuado para el ajetreado mundo occidental.