A veces lo que a priori resulta inofensivo, acaba siendo lo más nocivo. De otra manera no se explicaría el hecho de que el pan que nos daban nuestros padres para calmar el dolor de los primeros dientes cuando apenas éramos unos bebés, con el tiempo podría llegar a ocasionarnos multitud de síntomas como dolores de cabeza y articulares, distensión abdominal, aerofagia, estreñimiento, diarrea, ansiedad, depresión, cansancio o agotamiento
Lo común es pensar que esto solo puede ocurrir en caso de padecer celiaquía, pero resulta cada vez más frecuente la intolerancia o sensibilidad al gluten debido a cuestiones relacionadas con las alteraciones genéticas, los herbicidas, el proceso de horneado, los agentes de crecimiento, la molienda del trigo en molinos de metal, e incluso con adicciones y problemas emocionales con la familia.
Quizás muchas enfermedades estén asociadas con la atrofia de los epitelios intestinales, debidas en muchas ocasiones al gluten que arrasa y contamina los intestinos y que al atravesar la barrera intestinal puede llegar a cualquier órgano del cuerpo deteriorándolo. Incluso hasta el extremo de que nuestro sistema inmunitario lo detecte como un virus o un tóxico y lo declare la guerra creando una respuesta autoinmune atacándonos a nosotros mismos, ya que tenemos células muy parecidas en multitud de órganos.
Y como el trigo no deja de ser un alimento absolutamente cotidiano, nos vemos abocados a una tragedia en forma de multitud de enfermedades relacionadas con el gluten.
El problema es grave, ya que la mayoría de los síntomas o enfermedades no se vinculas fácilmente con el gluten pudiendo dar lugar a infinidad de diagnósticos fallidos hasta descubrir que el gluten es tu falso amigo